Agrada T:
Una de las primeras frases que aprendí cuando comencé a dar conferencias fue “nunca le gustarás al 100% de la gente”, lo cual me dejó mucho en qué pensar.
Cuando hablamos en público uno de los pensamientos más recurrentes es “qué van a pensar de mí” o “no me van a poner atención”, entre otros. Y es porque estamos la mayoría del tiempo tratando de agradar a todos con todo lo que decimos y hacemos. La realidad es que no tendría porqué ser así. Las probabilidades de agradar al cien por ciento de los presentes el cien por ciento del tiempo son muy pocas.
En los cursos de técnicas para hablar en público, ésta es una de mis primeras enseñanzas. Quizás puede sonar desilusionante, pero en realidad es un gran alivio. Si yo tengo claro que no le voy a gustar a todos, me puedo enfocar en agradarles a quienes realmente están de acuerdo con mi ideología y mi forma de pensar.
¿Se imaginan cómo tendríamos que contradecirnos si quisiéramos incluir en nuestro contenido un tema que esté acorde con cada tipo de pensamiento? ¿Y además tener que adecuarlos a los gustos y preferencias de los demás?
Sin lugar a duda, nuestro afán por agradar nos puede hacer perder nuestros propios pensamientos al punto de perder nuestra propia identidad. Esta necesidad se crea en nuestra infancia y es debido a la falta de atención recibida desde que somos pequeños, generando así la fijación en agradar.
Veamos un típico ejemplo. Hugo quiere comprar un auto y a cada amigo que encuentra la pregunta qué auto le recomienda comprar. Como tiene varios amigos, recibe respuestas variadas encontrándose luego en una encrucijada. Al final, Hugo termina tomado en cuenta la recomendación de quien más quería agradar o a quien más teme que lo confronte por no haber tomado su sabio consejo. Hugo no compró el auto de sus sueños, ¡ya que ni siquiera sabe cuál es!
Esto quiere decir que Hugo está a la merced de quien toque la campana; su vida girará en torno a los demás y de su entorno en una búsqueda eterna de aprobación.
Cuántas veces hacemos cosas sin sentido solo por agradar a los demás, demostrando así que nos importa más agradarlos que agradarnos.
No debemos obviar que la necesidad de agradar tiene consecuencias muy nocivas ya que cuando nuestras necesidades y deseos pasan a tercer plano, nos alejamos de la autorealización y nos quedamos totalmente estancados y, por ende, frustrados.
En el fondo el querer agradar a todo mundo no es más que la necesidad de aceptación que todo ser humano posee. Ya que en algunos casos, nos da miedo pensar que por imponer nuestros pensamientos vamos a perder el respeto y la aceptación de nuestros pares.
Incluso es tanto lo que nos dejamos influenciar por el entorno, que hasta nuestro estado de ánimo fluctúa dependiendo del estado anímico de otros.
En fin, agradar a los demás es bueno siempre y cuando no dejes de lado tus propios sentimientos, necesidades o deseos. Deja de preocuparte por agradar a los demás todo el tiempo y comienza por agradarte a ti.