“A medida que uno va creciendo y se va llenando de compromisos y responsabilidades deja de ver las cosas a través de esos ojos de niño”.

¿Recuerdas cuando eras niño y todo era nuevo y emocionante? Observar la forma que hacen las nubes en el cielo, comerte ese pastel de chocolate, ponerte ropa nueva para salir a pasear, ir al cine a ver la película de tu personaje favorito o, simplemente, salir a jugar a la calle con los amigos.

Todo era nuevo, todo lo que hacíamos era interesante y lleno de un aire aventurero que hacía que cada día fuera completamente distinto al anterior.

A medida que uno va creciendo y se va llenando de compromisos y responsabilidades deja de ver las cosas a través de esos ojos de niño, y comienza a ver la vida como el adulto responsable que todos idealizamos ser.

El problema surge cuando el adulto que llevamos dentro mata a nuestro niño y ya nada te emociona y sientes que tu vida se ha convertido en una historia sin fin la cual se va repitiendo una y otra vez de lunes a domingo.

La rutina tan profunda en la que estás inmerso te ha llevado a hacer todos los días lo mismo, todos los fines de semana lo mismo, todos los meses lo mismo. No te das ni cuenta de la diferencia entre los meses, ya que prácticamente uno es la fiel copia del otro.

Tu trabajo ya no te gusta ni te produce ningún reto. Vas a trabajar todas las mañanas por inercia y te sientas frente a la computadora como un robot que no tiene emociones ni sentimientos. Estás cansado y fatigado la mayor parte del tiempo. Tu lema se ha convertido en “mejor lo hago mañana”.

Las metas que te has propuesto ya no son tan importantes ni emocionantes como lo fueron algún día. Vives el día a día esperando un milagro que te saque de esa rutina, porque tampoco estás dispuesto a hacer nada para que la situación cambie.

No creces, no avanzas, estás estancado. Todos vivimos etapas en nuestra vida en las que nos sentimos estancados. Etapas en la que los días se nos pasan frente a nuestros ojos, sin nada nuevo bajo el sol.

Estar estancados nos hace sentir una serie de emociones, que en ocasiones, no sabemos identificar de dónde provienen, y es justamente la raíz de nuestro estancamiento la que tenemos que identificar para poder avanzar.

Formúlate estas preguntas:

  • ¿Qué es lo que tengo que dejar atrás para lograr avanzar?
  • ¿Qué me está deteniendo?
  • ¿A qué le temo?

Responde estas tres simples preguntas con el corazón, y ellas te abrirán los ojos para lograr ver lo que no has querido reconocer.

Estar conscientes de dónde proviene esa frustración es el primer paso para crear un plan que nos llevará a dejar la desidia atrás y comenzar a vivir una vida con metas y propósitos que nos hagan levantarnos de la cama con motivación, y con la emoción de cuando éramos niños. Dejar atrás lo que nos pesa, volver a ver las cosas con ojos de amor y de asombro nos ayudará a vivir una vida más plena y feliz.

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Siempre que pases por una dificultad, tómate el tiempo para preguntarte ¿cuál es la lección que debo aprender esta vez? Lee más en mi columna "No hay mal que por bien…" en: https://bit.ly/2v18gsh

Posted by Pao Rivano on Thursday, April 12, 2018