Debemos reconocer las virtudes únicas y especiales que tienen nuestros hijos, potenciando sus habilidades, sus talentos y no tratar de meterlos a todos en el mismo saco de aptitudes que son las “correctas” para la sociedad.
Andrea y Francisca son hermanas. Andrea es la mayor de las dos y siempre se ha caracterizado por ser responsable, ordenada, estudiosa, y muy inteligente. El tiempo de inversión en sus tareas y estudios era mínima para sus padres, por lo que sus características siempre son motivo de cumplido para ella.
Francisca es un tanto distinta. Le gusta mucho hablar, bailar y anda todo el día inventándose canciones. Es bastante desordenada y muy creativa. Uno de sus pasatiempos favoritos es inventar nuevas formas de hacer las cosas y, por supuesto, hacer las tareas del colegio a tiempo y de forma ordenada no es uno de sus fuertes.
Los viernes en la noche Francisca sale con sus amigos a entretenerse y Andrea, por su parte, prefiere quedarse en casa a leer un buen libro y aprovechar a estudiar para el examen de la próxima semana. A Andrea no le cuesta, en lo más mínimo, ser aplicada y estudiosa. Incluso le gusta.
Su madre las ama por igual. Sin embargo, no puede evitar compararlas e incluso hacer comentarios sobre las distintas habilidades que cada una de ellas posee. Estas grandes diferencias hacen que continuamente se pregunte qué ha hecho de distinto con Francisca. No entiende cómo a pesar de haberles dedicado el mismo tiempo, dedicación y amor son tan diferentes. Tanto que no parecen hermanas.
Todos estamos conscientes que no existen dos personas iguales, inclusive si se trata de dos hermanos de los mismos padres. Los estudios indican que aunque seamos criados bajo el mismo techo y bajo las mismas normas y valores, siempre seremos personas únicas e individuales. Aún teniendo la misma sangre, podemos tener distintas personalidades.
¿Quién no fue comparado alguna vez con algún hermano, primo o compañero del colegio porque a él sí le iba bien en matemáticas?
Quienes tenemos hijos o hermanos sabemos que esto es una realidad. Ahora, ¿cuál es el punto de vista que debo mirarlo? ¿Es algo negativo? ¿Tengo que ingeniármelas para que todos tengan las mismas capacidades?
En mi opinión, los padres debemos reconocer las virtudes únicas y especiales que tienen nuestros hijos, potenciando sus habilidades, sus talentos y no tratar de meterlos a todos en el mismo saco de aptitudes que son las “correctas” para la sociedad. Muchos de los grandes genios de todos los tiempos fueron niños “distintos” y, en algunos casos, desadaptados socialmente. Como el caso de Albert Einstein que lo consideraban “lento” ya que reflexionaba horas para responder una pregunta y no se aprendía nada de memoria.
Independiente de las habilidades que tenga tu hijo, no lo compares con nadie. Recuerda que todos somos distintos. Olvida por un momento lo mal que va en la clase de matemáticas y míralo como un brillante en bruto, el cual tienes que pulir. Llénalo con mensajes de amor y reafirma cada día la confianza que tienes en sus capacidades.
Descubre cuáles son sus verdaderas habilidades y engrandece cada uno de sus talentos. ¿Quién sabe? Quizás tienes un pequeño Einstein en tu hogar. ¡Feliz día del niño!