“Existe un ejercicio muy efectivo para entrar en contacto con él, y este comienza recordando alguna etapa de nuestra niñez”.
A veces se nos olvida que fuimos niños. Se nos olvida que nos encantaba desordenar el cuarto, pintar las paredes, jugar con lodo y subirnos a los árboles.
Ese niño es el que representa todas las bondades de nuestro corazón: La honestidad, la bondad, el compañerismo, la inocencia, la humildad y el amor.
Cuando estamos en contacto con nuestro niño interior, logramos conocernos a nosotros mismos y comprender las razones por las que sentimos, pensamos y actuamos de determinada manera.
Muchos de nuestros miedos y anhelos provienen de nuestra infancia, los cuales vamos arrastrando durante nuestra vida y se van exteriorizando de manera inconsciente sobre todo cuando no estamos en contacto con quien vive en nuestro interior.
Existe un ejercicio muy efectivo para entrar en contacto con él, y este comienza recordando alguna etapa de nuestra niñez.
Cuando hayas definido la etapa, intenta visualizarte, ver cómo estabas vestido, cómo era el cuarto donde dormías o dónde pasabas la mayor parte del tiempo. Intenta recordarte de la mayor cantidad de detalles posibles.
Imagínate en tu lugar favorito a esa edad, ese lugar donde te encantaba pasar tiempo y disfrutabas estar. Visualiza que abres la puerta y te ves sentado, pensativo y cabizbajo.
Ese niño eres tú; son tus emociones, tus temores, tus sueños. Abrázalo, acarícialo, dile que lo amas y que le vas a dar el apoyo que necesita. Trátalo exactamente como te hubiera gustado que te trataran. Dile las palabras que hubieras querido escuchar. Dale el amor que te hubiera gustado recibir.
Nuestro niño interior carga con las heridas del pasado: Un padre ausente, una madre sobreprotectora, una ciudad insegura y una maestra castrante.
- Aceptemos que somos el producto de todo lo que hemos vivido.
- Perdonemos a quien nos haya hecho daño.
- Confiemos en que podemos ser la mejor versión de nosotros mismos.
- Permitámonos estar tristes y cometer errores.
- Aprendamos de nuestros errores y caídas.
- Disfrutemos estar a solas con nosotros mismos.
Cuando hemos sanado a nuestro niño interior, hemos logrado amarnos y aceptarnos como somos, celebrando nuestro pasado, disfrutando el presente y planificando el futuro.
Un niño interior feliz es un adulto sano y realizado.