GRACIAS MAMÁ
“Ella rompió el pan en dos trozos y se lo dio a sus hijos, quienes lo comieron con avidez. ‘No se dejó nada para ella’, refunfuñó el sargento. ‘Porque no tiene hambre’, dijo el soldado. ‘No’, dijo el sargento, ‘porque es madre”’. Víctor Hugo
Usted está embarazada. Esa afirmación se repetía una y otra vez en mi mente. Llevaba dentro de mí una vida, una vida que dependía única y exclusivamente de mí.
Los cambios fueron inminentes. Todo comenzó a variar de forma y de color.
Los olores que percibía nunca habían sido tan penetrantes, los sabores tan intensos y un sueño abrazador que me hacía anhelar constantemente mi almohada.
A pesar del deseo de tenerle, tenía miedo, miedo de ser madre. Miedo a no saber cómo serlo. Ser madre no parecía una tarea fácil, menos para mí.
A medida que crecías dentro mío y mi vientre se abultaba, crecía en mí el deseo de tenerte, de tenerte en mis brazos y abrazarte para siempre, con todas las fuerzas de mi corazón.
Nunca olvidaré cuando te tuve por primera vez en mis brazos, llorabas desconsoladamente y estabas roja cual manzana. Eras tan chiquitita, tan indefensa. Recuerdo que lloraba junto a tu cuna por el miedo de no ser capaz de ser la mejor madre del mundo para ti.
Uno nunca sabe lo que es ser madre hasta que lo vive. Cuando tienes a tu primer hijo en tus brazos y has sentido el maravilloso dolor de traer a un niño al mundo, después de los constantes desvelos y de las noches en vela mirándole dormir, llegas a la conclusión que uno nunca valora verdaderamente el ser madre, hasta que lo es.
Recuerdo los típicos sermones de las mamás cuando éramos chicos: “Ponte el suéter, lávate los dientes después de comer, ponte los zapatos porque te vas a resfriar, come verduras, tómate la leche, te comes toda la comida porque hay niños que no tienen que comer”.
Después estas frases iban cambiando a medida que uno iba creciendo: “¿A dónde vas?, ordena tu cuarto, no me hables así, ¿a qué hora vuelves?, haz lo que quieras, (aunque en realidad no era cierto)”.
Todas estas frases solo nos afirman que para una madre, independientemente de la edad de sus hijos, siempre serán sus bebés, por lo que se seguirá preocupando, desvelando y se pondrá siempre voluntariamente de último lugar con tal de ver a su hijo sano y feliz, aunque su hijo ya tenga 45 años.
Sin duda la labor de madre es sacrificada, pero lo más lindo de todo es que lo hacemos con gusto y voluntariamente. Por lo que en mi opinión no es un sacrificio, es un orgullo, y la mejor paga que recibimos es la dulzura en la mirada de nuestros hijos cuando nos dicen “te amo”.
A pesar que solo un día al año nos lo celebran, somos madres todos los días, no deberíamos necesitar una fecha para que nos recuerden todo lo que nuestra madre ha hecho por nosotros. No necesitamos un día para mirarla a los ojos, darle un abrazo y decirle de todo corazón “gracias mamá”.