“Por eso, siempre debemos agradecer cada detalle, cada sonrisa, cada caricia, cada favor y cada gesto de amor”.

Me dio dos luceros que cuando los abro

Perfecto distingo lo negro del blanco

Y en el alto cielo su fondo estrellado

Y en las multitudes el hombre que yo amo.

Tarde de un domingo lluvioso de mayo, Juan esperando en un semáforo ve a un hombre de unos 40 años, sin piernas, arreglando a duras penas la patineta que le permite movilizarse y poder pedir dinero en una de las esquinas de Los Próceres.

Sin pensarlo, toma su billetera y se baja del auto para brindarle alguna ayuda económica. Al acercarse a él, se da cuenta que le está poniendo las ruedas a una patineta de madera que él mismo había fabricado. Para su sorpresa, el señor no tenía todos sus dedos y sus manos estaban muy lastimadas haciendo evidente el esfuerzo que realizaba por arreglar su patineta.

“Por eso, siempre debemos agradecer cada detalle, cada sonrisa, cada caricia, cada favor y cada gesto de amor”.

Al ofrecerle el dinero, el señor lo miró y esbozando una sonrisa le agradeció. En sus ojos pudo ver a un hombre luchador, a un hombre que ha sabido sonreírle a la vida, a un hombre que a pesar de la adversidad le brindó una sonrisa y le enseñó una gran lección.

Pensó: “Qué tonto soy yo, preocupándome por pequeñeces cuando hay gente que no tiene dónde dormir, ni cobijarse del frío, niños que no tienen qué comer, o personas que no pueden ver, oír o escuchar”.

“Tengo todo para ser feliz, tengo dos brazos y dos piernas, todos mis sentidos, un techo para refugiarme de la lluvia y una familia que me espera al llegar a casa. ¿Qué me pasa?”

Le invadió un profundo sentimiento de vergüenza. Vergüenza ya que, a pesar que tenía mucho más que otros no tan afortunados, nunca había sido capaz de agradecerlo. Vergüenza de quejarse por cosas que no tienen importancia y de solo ponerse en sus propios zapatos y nunca en los zapatos de los demás.

Soy fiel creyente que cuando somos agradecidos, somos felices, ya que aprendemos a encontrar la felicidad en los pequeños detalles. Dejamos de quejarnos por todo y miramos las circunstancias desde un punto de vista más positivo y agradecido.

Para lograr ser una persona satisfecha con mi vida, debo ser agradecido con la señorita del supermercado que me da los buenos días, con la persona que me cede su lugar en una fila y con la sonrisa desinteresada de un extraño.

Una persona a la cual quiero mucho me enseñó que si yo no espero nada de nadie, nunca tendré que desilusionarme por lo que nunca me dio. Por ende, cuando reciba algo estaré muy agradecido, ya que no lo esperaba.

Si nos damos cuenta, esta lección nos dice que tendemos a dar las cosas por hecho, y terminamos viéndolo como si fuese un deber o una obligación. Como si fuera lo mínimo que pueden hacer por nosotros.

No olvidemos que nadie tiene obligación de ningún tipo para con nosotros. Ni siquiera nuestros hijos, ni nuestros padres tienen la obligación de amarnos. Por eso, siempre debemos agradecer cada detalle, cada sonrisa, cada caricia, cada favor y cada gesto de amor.

Agradece que tienes dónde llegar y a quién darle un abrazo. Hoy quiero que llegues a tu casa y abraces a cada miembro de tu familia fuertemente y mirándolos a los ojos les digas simplemente: Gracias.

Y cuando se te olvide por qué agradecer…

Gracias a la vida que me ha dado tanto

Me ha dado la risa y me ha dado el llanto

Así yo distingo dicha de quebranto

Los dos materiales que forman mi canto

Y el canto de ustedes que es el mismo canto

Y el canto de todos que es mi propio canto.

Gracias a la vida

Violeta Parra

Les agradezco profundamente el haberse tomado el tiempo para leer estas 630 palabras, escritas con amor y agradecimiento. ¡Feliz jueves!