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Muy alto o muy flaco, muy grande o muy chico, muy caro o muy barato, muy gorda o muy flaca, muy cerca o muy lejos, muy bien o muy mal.

 

 

La mayoría de los seres humanos catalogamos cada una de las cosas que nos rodean como buenas o malas, siempre midiendo si es el momento, el lugar o la forma adecuada para que sucedan.

Catalogamos absolutamente todo, cuando conocemos a alguien, al ver una película y cuando nos dan un regalo. También catalogamos a nuestros amigos, familiares y hasta nuestra pareja (que en teoría nosotros mismos elegimos).

Este es un comportamiento sumamente normal y cotidiano, todos, en mayor o menor medida, emitimos juicios de valor.

Este no es más que una opinión o valoración cualitativa que pudiera parecer muy simple e inofensiva. Sin embargo, es una de las conductas que más nos hacen sufrir, ya que generalmente nos lleva a decidir que nunca nada es suficientemente bueno.

Vivimos viéndole la quinta pata al gato, la manchita en el piso reluciente, la pequeña equivocación en la excelencia y la pequeña maldad dentro de un ser de gran nobleza.

Si vivimos catalogando todo como bueno o malo, nunca podremos aceptar lo que nos rodea tal y como es, y viviremos esperando que las cosas sean perfectas.

La sabiduría zen nos enseña una simple técnica que ayuda a mirar las cosas con ojos de amor y dejar esa mirada enjuiciante e inquisitiva que tanto daño nos hace, tanto a nosotros mismos como a los demás.

Esta enseñanza aplica más cuando uno constantemente juzga a las personas; sin embargo, creo que es aplicable a cualquier situación.

1. Observa tus juicios

¿Te has detenido a observar tus pensamientos, la calidad de los mismos y el impacto que tienen en tus emociones?
Cuando les ponemos la merecida atención, es fácil darnos cuenta de que siempre estamos juzgando y catalogando todo lo que nos rodea.
¿Qué tan a menudo catalogas algo como perfecto o simplemente dices: “Así es justo como quería”?
Siempre pensamos que podría haber sido mejor, lo cual inevitablemente nos deja con un dejo de insatisfacción.
Pon atención a qué juzgas y qué pensamientos y emociones te produce el juicio que emites. Te darás cuenta que ese juicio te perjudica más de lo que te beneficia, lo bueno es que al hacerlo de manera consciente, decides dejar de hacerlo porque descubres que el no juzgar te hace más feliz.

2. Empatía

Al final las personas son como son, y los acontecimientos y sucesos vienen con un propósito que a la larga también son por una razón, por incomprensibles que sean.
En lugar de juzgar (que lo hacemos de manera automática e inconsciente) intentemos ver las cosas desde los ojos del otro, y así ponernos en los zapatos de los demás.

3. Aceptar

Comprender a las personas y a nuestras vivencias nos ayuda a valorarlas y aceptarlas tal cual son, sin intentar cambiar nada, ni a nadie.
Quizás en esos momentos, te sirva recordar el sabio dicho que dice “no hay mal que por bien no venga” o “todo sucede por una razón”. Si no aceptamos, nos frustramos.

4. Amar

El último y más importante paso es el amor y la gratitud, tanto hacia quienes te rodean, como hacia cada cosa que llegue a tu vida. Sea buena o mala, compréndela, acéptala y ámala porque es como es, y tal cual es perfecta.
“No es bueno ni es malo, es perfecto”, dice Enric Corbera.