¡ES MÍO!
“¡Es mío, no te lo presto, dámelo, yo me lo gané, no te lo voy a dar, yo lo vi primero, mío, mío, mío!”.
En la niñez temprana es muy común el escuchar estas palabras, al punto que terminamos acostumbrándonos a ese comportamiento, encontrándolo de lo más natural.
De alguna manera, es entendible que un niño se comporte de esa manera, debido a que no ha aprendido el valor de la generosidad; en teoría no entiende aún el concepto de compartir.
El problema es cuando el niño ya no tiene 2 años sino 40 y, aunque ya entiende a la perfección el valor de la generosidad, sigue aferrado al mismo discurso y al mismo comportamiento.
Es el típico caso de quienes viven pendientes de cuánto tienen en el banco, de lo limpias y perfectas que están sus casas y orgullosos de los tesoros que han ganado a lo largo de su vida. También de quienes le dan excesiva importancia a sus pertenencias y quienes asevera que han trabajado muy duro para conseguirlas, por lo que cuidan hasta la cosa más ínfima que poseen. Por consiguiente, suelen recordarles constantemente a sus hijos y familia lo importante de no ensuciar, perder o romper. Al punto de generar una sobrevaloración de lo material ante lo espiritual o emocional.
Yo puedo entender que nos preocupemos de preservar nuestras pertenencias pero díganme ¿cuántas familias se han peleado de por vida por una casa, por un terreno o por lo poco y nada que les tocó en la herencia? ¿A qué le estamos dando importancia realmente? ¿Cuál es nuestra prioridad, la familia y los amigos u obtener el objeto deseado? Además, nadie nos asegura si este objeto, con el tiempo, podrá permanecer en nuestro poder. Y digo objeto porque nunca será más que eso: algo material. Y lo material, mientras más rápido viene, más rápido se va.
Con esto no me refiero que atesorar lo que hemos ganado sea malo, pero cuando cuanto tienes se convierte más importante que por qué lo tienes, creo que has perdido el sentido de tu vida. Al final, el día que mueras te irás con suerte con el mejor traje o vestido que tenías y nada más. No te llevarás el auto, ni las joyas ni los relojes. Desnudo llegaste y desnudo te irás.
Creo fielmente que cuando uno menos atado es a las cosas materiales es cuando más uno las disfruta y definitivamente cuando menos sufre cuando por azares del destino estas se van.
¿No creen que es triste vivir sumando cosas personales y que nuestra felicidad dependa de cuánto tenemos? No podemos convertirnos en seres egoístas que solo piensan en sus pertenencias poniéndolas siempre en primer lugar. Por esta razón, cuando se pierda o se rompa algo que valorabas mucho, antes de entristecerte por lo que ya no tienes, piensa que todo lo material se puede recuperar. Mejor preocúpate de atesorar el amor y el cariño de quien te rodea y de que te recuerden como una persona generosa que valoraba más a quien tenía que lo que tenía.