Piensa + : 

Era una mujer extraordinaria. Proyectaba desde el fondo de su ser una alegría y una satisfacción interior inmensa. Mientras la escuchaba hablar, intentaba descifrar de dónde había sacado la habilidad de sonreír tan espontáneamente. Era claro que no era fingida; era una sonrisa que contagiaba. Una sonrisa que venia del alma.

Tuve la oportunidad de hablar con ella horas después de la conferencia y armándome de valor le pregunté: ¿Qué haces para estar siempre tan sonriente y proyectar esa felicidad interior todo el tiempo?

Se quedó mirándome a los ojos directamente. En ese momento me di cuenta que mi pregunta la llevó a recuerdos muy fuertes. Hubo un silencio inmediato en el comedor. La expresión tranquila y serena se disipó de su rostro, y tomó su lugar una expresión reflexiva y dolorida.

“Actúo así desde que sonreír me salvó la vida” nos miró a los ojos y volvió a sonreír, esta vez con un dejo de melancolía en su expresión. “Hace más de 10 años me diagnosticaron cáncer. Yo me rehusaba a creerlo. El día que me tocó ir a mi primera quimioterapia me pasaron a la sala de espera de la clínica. Fue terrible e inevitable ver los rostros lagrimosos, decaídos y vencidos de quienes esperaban junto conmigo.

Tuve que decidir entre el miedo que me paralizaba, o la fe que me daría la esperanza y las fuerzas para luchar contra ese pronóstico que no era para mi. Simplemente decidí que yo no tenía cáncer, y me mentalicé en esa realidad y no en el diagnóstico.

Había escuchado del poder terapéutico del pensamiento positivo en estas circunstancias y de cómo la actitud con la que ves el obstáculo te da la perspectiva de su tamaño y las fuerzas necesarias para lograr vencerlo. Decidí que el cáncer no me iba a vencer. Desde ese día iba a mis sesiones de quimioterapia con audífonos, en los cuales escuchaba salsa, y una revista de Condorito. Cualquiera que entraba a la sala de espera se quedaba atónito, viendo cómo esperaba mi quimioterapia contoneándome al son de la salsa y carcajeándome con las tonteras de los personajes de Condorito.  Algunos me veían con expresión triste, seguro pensaban que había perdido la razón.

Aunque no lo crean, no perdí ni un solo cabello con la quimio, y a pesar de todo pronóstico, logré vencer al cáncer. Cuando me sacaron la radiografía y no había tumor, los doctores me dijeron que no tenían una explicación racional que darme. Simplemente había desaparecido.”

Nunca más la volví a ver, pero sin duda nunca olvidé la lección.

Estoy consciente que cada caso es completamente distinto al otro, y con esta historia no intento afirmar que esta es la cura para la enfermedad, sin embargo, hoy tengo la convicción que los pensamientos determinan nuestras emociones, e incluso son capaces de fortalecer nuestro sistema inmunológico.

La calidad de nuestros pensamientos determinan la calidad de nuestras emociones.

Si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, lograremos tener el control de nuestros sentimientos.

Somos lo que pensamos y si creemos en algo, (sea bueno o malo) como una verdad absoluta, haremos que se convierta en una realidad.

Continuará…