Cambia, todo cambia.
La resistencia al cambio es parte inminente de nuestra personalidad. Si por nosotros fuera, desearíamos que las cosas se mantuvieran tal como están, siempre. El mismo trabajo, el mismo estilo de vestuario, la misma ruta todos los días, de la casa a la oficina y de la oficina a la casa. De alguna manera es lógico que nos sintamos cómodos en la ausencia de cambios, pero el problema surge cuando el no querer cambiar algo trae serias consecuencias para nuestra vida.
Si se dan cuenta, todo cambia. Nuestros hijos crecen, la ciudad cambia, nuestro cuerpo cambia, incluso nuestros intereses cambian. Entonces ¿por qué no admitir que lo único que no va a cambiar es el cambio? Si yo me rehúso al hecho que mi cuerpo va a cambiar por el inevitable paso de los años, cada vez que me vea al espejo sufriré una profunda desilusión; porque evidentemente nunca seré la misma que hace 5 años.
Veamos el caso de Juan, que trabaja desde hace 10 años como representante de servicio en una multitienda muy famosa. Un día deciden cambiar al administrador por alguien que trae nuevas ideas a la administración. Desde el primer día, el nuevo administrador les solicita a cada uno de los colaboradores que reciban a los clientes con una gran y sincera sonrisa. Desde el momento en que Juan escucha esta nueva disposición, su semblante cambia.
“Yo no puedo sonreír”, piensa Juan, “a mí no me gusta ni es mi estilo. Las cosas nunca han funcionado así aquí. No entiendo por qué ahora tienen que cambiar. ¡Quién es él para venir a decirme a mí cómo tratar a un cliente!”, etc. Quien no está abierto al cambio, siempre se resistirá a éste y buscará muchas razones con las cuales justificarse.
Las consecuencias de la resistencia de Juan, lo llevaron a no aceptar las imposiciones del nuevo administrador, ya que para él las cosas estaban bien como estaban.
Me imagino que ya saben cómo termina la historia. Juan fue despedido por no mostrar una actitud de servicio y a sus 55 años, las probabilidades de conseguir un trabajo eran muy bajas. Definitivamente si lo ponemos en la balanza, pesa mucho más el haber perdido el trabajo que haber hecho el esfuerzo de sonreír.
En realidad, en el caso de Juan el problema no es la sonrisa, sino la actitud que tuvo hacia el cambio. Es decir, no es lo que nos piden que cambiemos, es el hecho de cambiar lo que nos molesta.
La historia de Juan nos enseña que debemos estar conscientes que los cambios son inevitables y que son un mal necesario. A través de ellos desarrollamos el sentido de urgencia que nos lleva a enfrentarlos de forma positiva y proactiva.
Al final, la resistencia al cambio no es más que miedo. No dejemos que el miedo nos aleje de cumplir lo que soñamos.